domingo, 22 de febrero de 2009

Dancing


Sube la música, se esparce por todos los rincones, estremece.
El corazón comienza a latir con fuerza, casi con tanta que parece ir a salírsele del pecho.
Cada vez más. Coge el ritmo, comienza a bailar.

Y en ese momento no hay nadie más a su alrededor. Está sola, el resto de la gente ha desaparecido, y nadie va a interrumpirla, nadie va a interrumpir esa sensación de volar hasta llegar al fin del mundo.

Y entonces él se acerca a ella suavemente, la agarra por la cintura y comienza a bailar al son de la música. Ella se apoya en él y cierra los ojos lentamente, sintiendo cada nota que pasa y se pierde para dar paso a la siguiente.

Y así se ponen frente a frente y como a cámara lenta se van acercando y fundiendo sus labios en un suave beso.

Sólo están él y ella. Y son los reyes del mundo.


sábado, 21 de febrero de 2009

Al borde del acantilado





El otro día estuve reflexionando todo lo que había pasado. Y en todos los cambios que se han producido entre un año, apenas unos meses, y ahora.
No sé qué fue mejor. Pero sé que hubo un día que alcancé el grado máximo de felicidad posible. No sé por qué, no tiene ni pies ni cabeza que además fuera ese día, tan tonto.

Y me paré a pensar. Cosas que pasaron, que salieron bien. Cosas que nunca tenían que haber pasado, cosas que quería que pasaran y ahora me alegro de que no fuera así.

Y ahora sólo sentir un nudo en el estómago que siempre está dando vueltas, como en una lavadora, la de querer hacer algo, quererlo intentar y no querer. Y no poder.
Y entonces... ¿qué?



Cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya y si no encuentro la palabra exacta, cómo hablar. Cómo decirte que me has ganado poquito a poco tú que llegaste por casualidad, Como hablar...



viernes, 20 de febrero de 2009

En el fin del mundo



Un susurro, una brisa húmeda que revuelve sus cabellos y atraviesa cada recóndito lugar de su cuerpo.

Han pasado varias horas y el sol va escondiéndose poco a poco. Sabe que debe volver a casa. Sabe que es peligroso quedarse más tiempo, pero en esos momentos le da igual. Se siente impotente. No puede hacer nada, no puede cambiar nada. Sabe que si lo cambia se volverá todo en contra suya.

No le importa quedarse allí, para siempre, anclada en medio del océano. Fuera de toda preocupación, aislada del mundo. Donde nadie pueda encontrarla. Donde nadie pueda encontrarla. Donde él no pueda apoderarse de su mente, de sus pensamientos. De su corazón.

Allí nada puede tocarla. Es un paraíso, un paraíso al que le ha costado llegar. Horas antes escapaba en un valle de lágrimas y ahora sólo se encuentra en tranquilidad, paz. Se olvida de todo y la impotencia que sentía antes desaparece. Mira al horizonte y alcanza a ver cómo el último rayo de sol atraviesa el cielo de lado a lado.