viernes, 20 de febrero de 2009

En el fin del mundo



Un susurro, una brisa húmeda que revuelve sus cabellos y atraviesa cada recóndito lugar de su cuerpo.

Han pasado varias horas y el sol va escondiéndose poco a poco. Sabe que debe volver a casa. Sabe que es peligroso quedarse más tiempo, pero en esos momentos le da igual. Se siente impotente. No puede hacer nada, no puede cambiar nada. Sabe que si lo cambia se volverá todo en contra suya.

No le importa quedarse allí, para siempre, anclada en medio del océano. Fuera de toda preocupación, aislada del mundo. Donde nadie pueda encontrarla. Donde nadie pueda encontrarla. Donde él no pueda apoderarse de su mente, de sus pensamientos. De su corazón.

Allí nada puede tocarla. Es un paraíso, un paraíso al que le ha costado llegar. Horas antes escapaba en un valle de lágrimas y ahora sólo se encuentra en tranquilidad, paz. Se olvida de todo y la impotencia que sentía antes desaparece. Mira al horizonte y alcanza a ver cómo el último rayo de sol atraviesa el cielo de lado a lado.

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